MEMORIA COMÚN

 

 

Esparcen las mimosas su lejano perfume
parecido a la miel. Y los bancales
de azucenas y de calas blanquísimas
crecen muy lentamente hasta arder en el tiempo.

Yo he vivido esas horas eternas,
esas tardes de ángeles, de aves
bebiendo en los estanques. Conocí
sus pupilas añiles, como un mar imposible.

Aún respiro su espliego. Aún la fuente
se derrama sobre mi pecho abierto.
Las abejas aún trenzan sus cordeles de luz.
Jamás hubo otro tiempo que aquél tiempo de entonces.

Cuanto vino después es sólo sombra,
débil eco de aquella luz intacta
envolviendo la piel de juncos y libélulas,
de madroños y jaras. Entonces habitamos
el sólo paraíso que le es posible al hombre.

Aquella edad de arroyos, de claridad, de dios,
de padres transparentes.

 

                          Miguel Florián, Lluvias, 1995