Los helados de ayer: corte, frisel, cucurucho, chambi, taquito, polo...

EL DESVÁN / Rafael Castillejo
Publicado en el suplemento "Artes & Letras" de Heraldo de Aragón


              Dependiendo del lugar de España en el que nos encontremos, el popular y clásico helado al corte, servido con una galleta en cada lado, puede recibir distintos nombres: corte, frisel, chambi...

            Hace tiempo, en un caluroso día como hoy, me dio por escribir, en mi espacio  de una red social, sobre la escasa oferta de helados durante aquellos días de mi infancia que, como saben los que me conocen, tuvo lugar a finales de la década de los años cincuenta y principio de los sesenta.  Pues bien, aunque sólo utilicé los nombres de frisel y corte, al poco rato, había recibido  comentarios de diferentes zonas del Levante y del Sur de España indicándome que, "chambi", es el nombre por el que este tipo de helado es conocido allí.

            Incluso recibí alguna fotografía donde podemos ver a una "chambilera" de postín como Concha Llorens, de Heladería "Los Valencianos" de Baza (Granada), sirviendo un buen corte, frisel o chambi.  Dicha imagen es gentileza de su nieto Javier Arques, actual propietario en cuarta generación de dicha heladería.

            Cuando, al principio del artículo,  aludía a "escasa oferta" me refería principalmente a que, en aquella época, el consumo de este delicioso producto se limitaba a los meses de verano, y poco más.  Nadie podía prever entonces que llegaría a convertirse en un postre de consumo tan habitual durante todo el año como la fruta, que no faltaría en los hogares particulares, y que podría adquirirse en cualquier establecimiento de alimentación, en cualquier bar o cafetería, o en cualquier lugar de entretenimiento, sin importar la temperatura que marcase el termómetro en la calle.  Algo inconcebible en una época en la que ninguna madre ofrecía un helado a sus hijos en un día más bien fresco, por asociar su "inapropiado" consumo a la aparición de unas posibles y temidas anginas.  Hay que aclarar que, proceder así, servía algunas veces para disuadir al niño de su antojo, lo cual era siempre conveniente  porque la economía familiar no solía estar para demasiadas alegrías y había que reservar los escasos ingresos para la compra de artículos de primerísima necesidad.

            Por aquel temor a las afecciones de garganta a causa del frío, el helado al corte, junto con el cucurucho y el taquito (o quesito), eran los helados preferidos por los padres y abuelos a la hora de obsequiar a los pequeños.  Sin embargo, el polo, era menos aceptado.  A los críos les encantaba pero, para los mayores, era algo así como el malo de la película de los helados.  Demasiado hielo... "Mañana te levantarás con anginas", solían advertirnos muy serios.  Pero es que, además, el corte ofrecía otra gran ventaja, como era la de poder adquirirlo a medida.  A medida de la necesidad del consumidor, a medida del bolsillo, o de ambas cosas a la vez.

            Entre una y dos pesetas creo recordar el precio de un corte, frisel o chambi, durante esos años de mi infancia y, ahora que lo pienso, ese número coincidía más o menos con el de los centímetros de grosor.  Después estaba el de tres pesetas (más o menos de tres centímetros), para finalizar con el de un duro (cinco pesetas), que con sus cinco centímetros de grosor, te obligaba a consumirlo con rapidez antes de que se derritiese y te dejara la mano pringosa.  Sin duda, el de "a un duro" era el más grande, pero también el más caro e incómodo de tomar.

            Y, volviendo al principio, con lo  de la "escasa oferta" me refería también a los sabores del helado pues en, aquellos años, su fabricación quedaba reducida  a los sabores de nata, vainilla, fresa y chocolate.  Algo más tarde llegó el de "tutti frutti", que degusté por primera vez en "Helados Italianos", cuando este establecimiento se encontraba en el Paseo Independencia, justo al lado de la sede de Heraldo de Aragón.  Naturalmente, por todo lo explicado antes,   sólo permanecía abierto al público durante los meses de verano.  Ya saben... por las anginas.

            Hoy, consumir un helado es algo tan natural como comerse una manzana.  Cualquier día, a cualquier hora, podemos abrir el frigorífico y seguro que encontramos alguno tan apetitoso como para echarle el guante.  En cuanto a la variedad de sabores, los hay que me parecen de chiste.  Todo muy bueno y abundante hoy, pero en aquellos tiempos,  la ilusión de que mis padres o abuelos me comprasen un helado, en una de aquellas calurosas tardes de domingo, es algo que tengo grabado en mi memoria y en mi corazón.  Entonces eso era para mí la felicidad, aunque mi frisel (así lo llamaba yo), tan sólo fuera de una o dos pesetas.

 

Rafael Castillejo, 31 de julio de 2018