El acomodador del Cine Venecia

EL DESVÁN / Rafael Castillejo
Publicado en el suplemento "Artes & Letras" de Heraldo de Aragón


            La figura del acomodador de cine, de la cual han ido prescindiendo las actuales empresas exhibidoras, fue durante décadas uno de los cinco puestos indispensables en cualquier sala, por pequeña que fuera, junto con los de las personas encargadas de taquilla, portería, proyección y bar.  En los grandes cines de estreno podía haber incluso alguien dedicado al cuidado de los lavabos.

            La labor del acomodador no se limitaba a indicar al espectador su asiento correcto en sesiones numeradas o a acompañarle con la luz de su linterna cuando la función ya había empezado sino que, además, era fundamental a la hora de agilizar la entrada masiva del público en aquellos días en los que la sala se llenaba totalmente, lo cual ocurría con mucha frecuencia entonces.

            Pero si por algo se agradecía su presencia era por el respeto que causaba en aquellas ocasiones en las que algún patoso se empeñaba en alterar el orden en la oscura sala.  Cuando eso ocurría, el acomodador del Cine Venecia era todo un fenómeno.  Para acabar con cualquier ruido o movimiento extraño,  le bastaba con situarse en el extremo de la fila y, como mucho, con enfocar con la luz de su linterna al espectador molesto.  Lo normal era que el problema se solucionara sin necesidad de recurrir a advertencia o amenaza verbal alguna.

            Un jueves por la tarde, estando en el Venecia con mi madre viendo la clásica película autorizada para todos los públicos, la proyección del tráiler de otra cinta anunciada en los carteles como "Próximamente en esta sala" me impresionó de una manera especial.  Se trataba de "La senda de los elefantes", únicamente autorizada para mayores de 18 años.

            A mi corta edad, y con la fascinación que me producían aquellos hermosos animales, no podía entender que una película así no fuera tolerada para niños.  Debí de ponerme tan pesado que alguien me preguntó qué haría yo, en caso de permitirme entrar al cine, si un elefante furioso se escapara de la pantalla.  Muy serio le contesté que... llamar al acomodador.   Me refería, naturalmente, al acomodador del Cine Venecia.

            Lo recuerdo como el hombre serio y seguro al que echo de menos en las modernas salas de hoy en día. No porque crea que vaya a escapar un elefante de la pantalla sino porque, si en alguna ocasión me ocurre algo... ¿a quién llamo?

            Por cierto, cuando al fin pude ver "La senda de los elefantes" comprendí por qué la  censura de la época la había calificado para mayores de 18 años. La causa de dicha clasificación no eran los furiosos elefantes de Ceylán, sino los maravillosos y sensuales ojos de Elizabeth Taylor.

 

Rafael Castillejo - Zaragoza, 26 de abril de 2018