TORRERO EN LA NOSTALGIA

Publicado en la revista "La Voz de las Canteras" - Octubre 2005

Cada vez que me pongo a visionar películas como: "Amarcord" o "Cinema Paradiso" pienso que me gustaría ser como Federico Fellini o Giusseppe Tornatore para poder dirigir una película basada en mis años de niño y adolescente en un barrio como Torrero. De poder hacerlo, debería parecerse a esas dos obras de arte como las mencionadas pero, sin embargo, sería tan... diferente.

Sería diferente porque aunque la época a retratar no dista mucho de ser la misma, mis sentimientos y recuerdos, naturalmente, serían distintos a los de esos genios italianos, como lo serían los personajes, la escuela, los cines.. los recuerdos imborrables de unos años irrepetibles. Unos años en los que los chavales crecíamos ajenos a una tragedia que, para nuestros padres y abuelos, se sentía muy reciente. Una guerra civil es lo peor que le puede suceder a un país y, España en esos años, luchaba por olvidarla.

Aunque yo naciera en el barrio de La Magdalena, Torrero me marca para siempre por ser el lugar donde crezco y hago mis primeros descubrimientos. Llegué con cuatro años de edad y corría el año 1.956. En ese año llegaría también a todas las tiendas y kioscos, "El Capitán Trueno", que ahora cumple cincuenta años. Los tebeos y el cine, junto con los juegos en la calle, eran las diversiones para unos críos que salían de sus casas merendando pan con aceite y azúcar sin saber que muchas décadas después, aquello iba a ser considerado como un lujo de la dieta mediterránea.. ¡qué cosas!.

Y la escuela. No voy a decir cual era porque todos sabemos que en aquella época, muchos chicos presumían de su colegio y era fenomenal ese entusiasmo. No todos hacían lo mismo. En ese aspecto, más o menos como ahora. Hoy en día hay otros problemas. No obstante, aunque omita el nombre de mi viejo colegio, siempre he presumido de haber obtenido una buena educación, gracias a la enseñanza de los profesores que en el mismo encontré, junto con el ejemplo y recomendaciones de mis padres y abuelos.

Y, por supuesto, en mi película no podría faltar la radio funcionando a todas horas en la cocina de la vieja casa de mis abuelos, una parcela en la Plaza de la Parras, donde vivíamos todos tan felices escuchando aquellas maravillosas coplas de los grandes autores e intérpretes de entonces. Programas como "Felicidades con música", "Matilde, Perico y Periquín" y, por Navidad, "Pinzón". Y las noticias, con su parte meteorológico que hacía que la Plaza de las Canteras se llenara de personas portando latas y garrafas haciendo cola en aquel surtidor de petróleo. Lo mismo ocurría en las viejas tiendas de leña y carbón para las estufas y cisco para el brasero.

Cuando por fin, con muchísimos apuros, mis padres pudieron pagar la entrada de un piso en el número 20 de la calle Venecia, nos trasladamos allí y podía presumir de tener a la misma distancia el Cine Torrero y el Cine Venecia. Dios sabe cuantas horas habré pasado en estos dos locales. Del primero, me vienen a la cabeza aquellos programas dobles y sesiones continuas de los jueves, que era el día en que en mi colegio se guardaba fiesta por la tarde. Recuerdo a Lex Barker, interpretando a Tarzán, a Pablito Calvo, en Marcelino Pan y Vino, y haberme enamorado locamente de Doris Day el mismo año que quedaba impactado por Imperio Argentina en una de las reposiciones de "Nobleza baturra" que por aquella época se hacían de vez en cuando. Por lo que respecta al Venecia, hay que decir que, aunque de reestreno, era un cine muy bien cuidado y con una esmerada programación. Estaba dirigido principalmente a un público mayor de 18 años. Solían exhibir pocas películas toleradas para menores, pero aprovechando esa edad en que con cinco años a uno lo "colaba" su madre cogido en sus brazos, una tarde de invierno pude ver una película que me aterrorizó de manera especial, "Los crímenes del museo de cera", con Vincent Price como protagonista. Hoy forma parte de mi colección, como reconocimiento a todo un clásico del género y, sobre todo, como recuerdo de un día con mis padres en el Cine Venecia y una noche sin dormir debido al miedo. A los cinco años de edad, una película así y en aquella época, reconozco que fue demasiado fuerte para mí.

Y qué voy a decir de los pinares, y del Parque Primo de Rivera, del Parque Pignatelli, y del Canal Imperial, donde aprendí a pescar gracias a las lecciones del mejor amigo que tuve, un chaval extraordinario que andaba siempre con prisa y un día se fue al Cielo sin despedirse. Ese Canal Imperial que también nos amargaba alguna vez cuando surgía la tragedia de algún ahogado en sus aguas. La verdad es que habría buen guión para esa película que decía al comienzo. Torrero da para mucho y siento no puedan caber en un artículo tantos recuerdos y sentimientos que me hubiese gustado relatar. Recuerdos y sentimientos que compartirán muchas personas que vivieron aquella época, contentas con lo poco que tenían y que tanto les parecía.


A mis padres y abuelos, y a mi amigo Edmundo.


RAFAEL CASTILLEJO MURILLO