EL RINCÓN DE LOS TEBEOS

Por Leandro García Casanova

Publicado en el periódico IDEAL de Granada, el 26 de mayo de 2001

Estos días me he acercado a las casetas de la Feria del Libro de Granada y, llevado un poco por la nostalgia, he comprado algunos tebeos de mi época. Debo a estas sencillas historietas la afición por la lectura y en ellas aprendí a escribir mejor, a desarrollar la imaginación y a evadirme de la realidad, mientras conocía remotos países. En fin, fueron una de las primeras fuentes donde bebí y estoy en deuda con todos aquellos anónimos maestros del tebeo. ¡Cuántas veces soñé que yo abría aquella caja llena de tebeos -que de vez en cuando la desaparecida editorial Bruguera le enviaba a mi padre para venderlos-, y me quedaba asombrado contemplándola, viendo a todos los héroes y mitos de mi infancia! ¡Aquello era la mayor alegría que yo podía recibir! Y cada vez que descorría aquella cortina del hueco de las escaleras, yo entraba en el fabuloso y mágico mundo de los tebeos de caballerías (porque ése era entonces el medio de transporte más usado). Allí, en aquellas viejas estanterías, estaban mis mejores amigos y yo me pasaba tardes enteras con ellos.

Desde que salí de la infancia -en ese viaje sin retorno-, habían pasado demasiados años que no experimentaba esas sensaciones; pero de nuevo volví a sentirlas el otro día cuando vi al duendecillo charlatán de mi niñez, que me decía sonriendo: "¿Te acuerdas de mí?". "¿Cómo no iba a acordarme?, le respondí, sorprendido. "¿A que no sabías que llevo esperándote todo este rato?". Al decir esto, con su voz infantil de siempre, yo no pude menos que emocionarme. "¡Vamos a ver!, me dijo. Mira, para que tú puedas de nuevo introducirte en el mundo de los tebeos y jugar con los muñecos de las viñetas, tienes que volver a ser un niño como entonces, porque, si no, nunca podrás entrar. También has de saber que los mayores se complican la vida y por eso cronometran el tiempo: entonces los días se les pasan volando, siempre van como locos corriendo de un lado para otro y la vida se les consume en un soplo. Esto de medir, clasificar y abarcarlo todo es un error muy grande, pues al final el ser humano se convierte en un esclavo del tiempo y de las medidas, cuando tenía que ser al revés, éstos deben estar al servicio del hombre. En cambio, como verás, el tiempo de los niños es más lento y verdadero, cada día que pasa es diferente y la vida es más intensa; y si me apuras, el sufrimiento es menor. En fin, que para nosotros no existen las razas ni las clases sociales, ni todos los prejuicios que tenéis los mayores. Por último, te diré que para que puedas ser admitido en el 'Club de los Amigos de los Tebeos' tienes que cerrar los ojos, hacer palmas con las manos y cantar tres veces conmigo esta fórmula mágica: '¡Pum, pum, pum! ¡Cata pum! ¡Roque pum!...'"


Al instante, yo me encontré en el mundo de las viñetas, lleno de fantasías, de colores, de personajes y hazañas inimaginables. Y lo primero que vi fue a Fideo de Mileto, con su lira y una corona de laurel en la cabeza, que más parecía una cresta, y una especie de mono orejudo que se aferraba a su hombro. Estaba bastante asustado y con los brazos en alto le hacía señas al Jabato: "¡Por las musas...! ¡Pe... pero si son flechas!". Y uno oye el chasquido de las flechas -¡chas! ¡chas!-, que pasan rozando al poetastro y terminan clavándose en la cubierta del barco; entonces, los dos, en medio de una lluvia de flechas, salimos corriendo y nos ponemos a cubierto. En la siguiente viñeta, los soldados malos -posiblemente árabes o mongoles- tiran una flecha incendiaria contra el barco, que al final se hunde... Yo entonces los acompañaba en sus peripecias 'tebeiles', sufría y me divertía a la par que ellos, porque me habían demostrado que eran mis amigos.


"¡Por las barbas de Senaquerib!", oía que decía a mis espaldas el bruto de Taurus, sorprendido sin duda por un suceso imprevisto o por alguna fechoría de algún mentecato. Pero aquellas aventuras de encrucijadas -a peseta el tebeo- se acababan pronto: "Poco después nuestros amigos se perdían en el horizonte... ¡Una vez más habían actuado con nobleza y desinterés, dando un ejemplo capaz de hacer mella en los corazones más duros!". Así se despedía el autor de los niños hasta el miércoles, en que salía el siguiente número. Este otro autor comienza así la historieta: "Después de sus extraordinarias aventuras, el Capitán Trueno y sus amigos construyeron un nuevo globo. '¡Por el gran batracio verde...! ¿Qué hacemos, capitán?'", pregunta en medio de la confusión el fornido Goliath, mientras el globo se desinfla y comenzamos a caer irremisiblemente en picado.

Sin duda, las historietas del Capitán Trueno, acompañado del extravagante Cascanueces y del alegre Crispín, eran las más logradas. "¡Hurra, Goliath!", le dice, sonriendo, Crispín después de que el tuerto le lanzara una red a unos cuantos malasombras. "¡Toma, canalla! ¡Esta vez no escaparás!", dice Roberto Alcázar, sin despeinarse siquiera, mientras le va dando su merecido al malhechor de turno. "¡Rómpele las muelas!", exclama, divertido, el travieso y rubio Pedrín, con sus pantaloncillos cortos. Siempre está al quite y dispuesto a repartir manteca. Y yo, que también tengo ganas de briegas, la emprendo a palos con la albarda. Tengo grabada de aquellos años la frase -creo recordar que es de Pedrín-, que le dice a uno mientras le rompe un botijo en la cabeza: "¡Toma del frasco, Carrasco!". Y otro que decía: "¡No huyáis, bellacos!".


En definitiva, eran historietas de aventuras contadas en un lenguaje sencillo y ameno, donde era fácil identificarse con los protagonistas y quedar prendado del colorido de las viñetas: uno se quedaba enganchado desde el primer tebeo que cayera en sus manos. Hoy desgraciadamente creo que están viviendo su peor aventura. Pero ¿sobrevivirán nuestros héroes y amigos a la acometida feroz de los alienantes videojuegos? ¡Hasta siempre, amigos!

 

LEANDRO GARCÍA CASANOVA