RECUERDO DE NAVALENO

 

Por Teresa Arbex

Recuerdo que se detuvo el tren en la estación, y el paisaje se adueño de mi corazón; un jardín pequeño con pensamientos de todos los colores, y el bosque denso fue el abrazo de bienvenida.

Las gentes con sus bultos Iban y venían por el andén, y yo, cogida de la mano de mi abuela esperaba a que nos recogiese el coche negro del cartero para llevarnos al pueblo.

Recuerdo una piscina de agua de manantial, helada como un glaciar, llegada desde las noches de todos los Océanos, agua que nos dejaba la piel morada y los ojos rojos, el trampolín, único vigía del recinto allá en lo alto, estaba custodiado por cuatro torres enfrentadas como en un tablero de ajedrez.

Recuerdo la plaza en fiestas, la San Juaneda abría el baile, los músicos preparados con los instrumentos afinados y cansinos de tocar de pueblo en pueblo con la canción de moda aprendida, la plaza llena de bombillas de colores y banderines, las parejas entrelazadas rueda que rueda dejándose llevar en noches de lunas inapagables.

Recuerdo las clases en verano, los pupitres de madera de la vieja escuela rechinaban, las paredes despintadas con olor a yeso y las caras nuevas de los niños nuevos que hoy son viejos amigos, el maestro que nos enseñó a sumar días felices y a restar días amargos, aprendimos a tallar en las cortezas desprendidas de los árboles, barcas, corazones, o simples cruces. Aprendimos a coger renacuajos en el río con las manos, a deslizarnos por la pendiente de las laderas sentados sobre cartones y frenar contra las alambradas sin llorar.

Recuerdo tardes holgazanas de cine, y al "virutas" repartiendo golosinas con su bandeja cogida por el cuello y su paciencia infinita a la vez que Groucho Marx decía ¡más madera! y nuestras risas se esparcían entre el aire denso del gentío.

Recuerdo tardes mágicas de fuentes, refugios, pandilla, tortilla de patata de guitarra y canciones y los silencios compartidos en los coloridosatardeceres de Mojón Pardo.

Recuerdo olores y ruidos cercanos: el pan horneado, la leche recién ordeñada, la leña cortada y apilada para el invierno, la iglesia con el crepitar de su tarima, el sonido de las campanas fieles a su lenguaje de convocatoria, el olor a hierba mojada un día de lluvia y el arco iris formando un puente inmenso del ayer al hoy.

Sobre todas las cosas recuerdo las noches estrelladas de Agosto llenas de estrellas fugaces y deseos apilados en nuestros corazones tibios como las noches de verano.

Llegué a Navaleno con el traqueteo del tren, lleno de gente y vocerío, entre cajas de cartón atadas con cuerdas, con el olor a mantequilla impregnada a mi piel y la estampa del paisaje detenida en mi memoria de carros tirados por bueyes o vacas pastando mansamente en los pastizales.

Recuerdo un pueblo con casas de piedra, caminos sin asfaltar y un frontón en medio orgulloso e indestructible.

Era muy pequeña… y aún así recuerdo que llegué como un paquete frágil, sin remite, en el regazo de mi abuela.

 

TERESA ARBEX - Escritora