Cine Torrero

LOS CINES DE BARRIO

Por Luis Betrán, con la colaboración de:
Emiliano Puértolas y José Luis Portolés


El año 1.953 fue pródigo en aperturas de salas de barrio: éstos iban creciendo en número de habitantes y no eran precisamente ciudades dormitorio. Una intensa vida se desarrollaba en los mismos agradeciendo sus pobladores la inevitable línea de tranvías o de trolebuses que les comunicaba con la plaza de España, los mercadillos - a imagen y semejanza del mercado central de Zaragoza -, los bares (ya no tabernas), las casas de cuatro pisos acogidas al grupo primero de protección según el Minis­terio de la Vivienda, el asfaltado de las calles al socaire de un complicado procedimiento que obligaba a encharcar las calzadas durante unas semanas y, por fin, ¡como no!, la posibilidad de acceso al paraíso de los sueños: los cines. Agustina de Aragón, doña Juana la Loca y Cristóbal Colón es­peraban en nombre de Cifesa. Las obras de interés nacional las salvarían del infierno político y "La señora de Fátima" del que anunciaba el Apo­calipsis. Quedaba el refugio de las infantiles – 3 de la tarde - de jueves, sábados y domingos. La evasión la daban el chicle y las pipas. La calefacción llegó antes que la refrigeración (20 grados en el cine Rex según el sistema Carrier) En los cines de barrio se garantizaban los 30 grados en verano y cuando John Wayne cabalgaba "In the old Oklahoma" el sufrimiento de los juveniles espectadores no quedaba a la zaga del que padecía el héroe al cruzar el desierto. No se les hizo justicia porque cuando Bogdanovich intentó mostrar algo parecido marró el tiro en todos los niveles ("The last picture show").

El 12 de septiembre se ese año, "El burlador de Casilla" - Errol Flynn al ataque - inauguraba el cine Palacio. El 10 de octubre "Jazy la adivinadora" venía para lo mismo en el Salamanca, y el 14 de ese mes la imagen de James Stewart inauguraba el cine Norte. Antes, el 26 de enero, aparecía el cine Torrero con "El valle del destino". Eran salas ubicadas en zonas generalmente apartadas del centro, que desarrollaban una programación independiente hasta que Zaragoza Urbana, un año más tarde, necesitó tener una cadena con que explotar el cinesmascope y fue agrupándolos bajo la égida del triunvirato Palafox-Rex-Coso. Fueron los primeros cines pobres a los que se dotó de pantalla ancha y de otras mínimas comodidades que hasta entonces habían brillado por su ausencia. Una vez "encadenados", esos cines trajeron la novedad de no estar engarzados férreamente a la hora de pasar películas: unos films se proyectaban antes en el Norte, otros iniciaban el recorrido en el Salaman­ca o en el Madrid - sala inaugurada en 1.955 con el scope "Desirée" -, olvidando asi la inflexible regla que suponía en las otras empresas el acontecer inmutable de que un film no se proyectase en un cine si previamente no lo había hecho antes en otro.

Durante el período 1955-1960 existió auténtica competencia entre las tres empresas por conseguir el alquiler de las películas. Al princi­pio de los 60 el consenso alcanzó el grado de que cada empresa pujaría únicamente por distribuidoras que previamente se habían repartido, anu­lando asi la subasta en que prácticamente se habían movido hasta entonces. Hacia mitad de esa década la convivencia alcanzó su mayor grado. Ya no sólo se repartían amistosamente las películas, sino que hicieron una redistribución de cines - sobre todo los de barrio que eran alquilados -, de forma que tras dicha redistribución quedaban de facto únicamente dos empresas con una potencialidad de producción parejas y con el propósito de no iniciar ninguna guerra competitiva bajo ningún aspecto.

Completaron el conjunto los cines Venecia (barrio de Torrero), Dux, Roxy y Rialto (San José), Delicias y Oliver sitos en los barrios del mismo nombre. Más tarde llegó el beatífico cine Pax a la Plaza de la Seo, justo debajo de la emisora Radio Popular de Zaragoza (hoy COPE).

Eran salas poco cómodas pero se veían las películas con dignidad. En cualquier caso, nada que ver con los denominados “Coliseos de las ratas”, salvo el Palacio claro está.

FINE

Luis Betrán Colás y la colaboración importantísima de tres distinguidos miembros de la Tertulia Perdiguer: Emiliano Puértolas (nadie sabe en esta villa de cine más que él y solo Ramón Perdiguer puede rivalizar en prodigiosa memoria) y José Luis Portolés sin cuyo inigualable libro de consulta jamás hubiese llegado a buen puerto esta Historia de algunos cines de Zaragoza, que irá apareciendo en sucesivos capítulos encuadrados en las temporadas anuales. No olvido a Agustín Raluy por el "escaneo y arreglo" de páginas amarillentas.