CUANDO YO ERA UN CHAVAL

José Carlos Utrilla Fernández

            Cuando yo era un chaval, y de eso ya hace mucho tiempo ¿o no?, la vida de la chiquillería transcurría prácticamente en la calle, y no es que fuéramos “niños de la calle”, que es cosa bien distinta, ya que alguno podría pensar que nuestros padres se despreocupaban de nosotros. La calle era nuestra segunda casa, y en ocasiones, especialmente en los meses de verano, bien podría decirse que era nuestra propia casa. Ni que decir tiene que eran otros tiempos, ni mejores ni peores que los actuales, simplemente fueron “los nuestros”.

            Y en la calle no sólo jugábamos, sino que también aprendimos las cosas buenas y las que no lo eran tanto. Y para que el amable lector se centro, le diré que estoy hablando de los años que transcurren desde finales de los “cincuenta” hasta los primeros años “setenta”. Naturalmente, del siglo pasado.

            La historia que voy a contarles es la de una persona, cuya profesión ya no se estila en nuestros días. Es la historia del charlatán, aquel vendedor que actuaba en la calle, porque lo suyo eran auténticas actuaciones dignas del mejor actor. Si se lo proponía era capaz de venderle una docena de peines a un calvo.

            A mi padre siempre le oí hablar de dos charlatanes que sobresalían por encima de los demás: Quinito y muy especialmente León Salvador. Mi memoria no acierta a recordar si conocí a alguno de ellos, pero a quien sí que conocí, incluso a título personal, fue a Mariano, el charlatán de la Plaza del Carbón, aunque si he de ser sincero, gocé de su actuación muchas más veces en la Plaza de San Felipe, quizás por la cercanía a mi casa.

            Por su delgadez y tez escuálida, era lo más parecido a Buster Keaton. Esbozaba una mueca que apenas llegaba a ser una sonrisa, y por supuesto jamás llegó a reirse. Solía llevar boina y lucía siempre en su cara un pequeño apósito, a modo de “tirita”, como si quisiera tapar o curar un grano, que por supuesto no tenía. Era una pose, su peculiaridad, puro teatro.

            He de advertir que ciertas palabras y expresiones que utilizaba, apenas se usan hoy en día, por lo que las he remarcado en “negrita”, pensando en los lectores más jóvenes. Su espectáculo comenzaba más o menos así. Se frotaba varias veces las manos, y subido en una mesa, a modo de escenario…

            … Bien, bien, bien. Ya está la rata en la lata. Ya verán la que se va a organizar cuando saque los relojes. No se lo pierdan.

            Jamás puso a la venta un reloj, pero al público lo tenía en vilo.

            … Para comenzar el día había pensado en regalarles unos cuanto peines, pero el otro día cuando los lancé al aire, les dije: Venga, animarse, pero alguno debió entender “animalarse”, porque se lanzaron las chicas, encima de ellas los chicos, todavía más encima las mujeres… y encima de éstas algún que otro hombre calvo, que ya me dirán Vds. para qué querían los peines. Y es que hay algunos que aprovechan la mínima ocasión para sacar tajada.

            Conseguía sacarle al público las primeras sonrisas, y ya te tenía enganchado hasta el final.

            … Alguno de Vds. se preguntará que porqué me dedico a esto con la buena planta que tengo, y debo decirles que es por una cuestión bíblica que me enseñó mi abuelo. Marianín, me dijo, en cuanto te hagas hombre “deberás ganarte el pan con el sudor de los de enfrente”. Y eso es lo que hago con Vds. Años más tarde alguien me comentó que la frase no era exactamente así, pero no estaría bien  que a estas alturas les defraudara a Vds. Seguro que no me lo perdonarían, y además el cliente siempre tiene la razón. …

            Más risas, la plaza se va llenando de público, y ya va siendo hora de poner el género a la venta. Llega la hora de las cuchillas de afeitar, por supuesto marca “Palmera” o “MSA”.

            … Ojo, ojo con las cuchillas de afeitar que les voy a ofrecer. Si serán resistentes que no sólo cortan la barba, sino que cortan hasta la respiración. Fíjense en ese caballero que lleva el sombrero en la cabeza. El otro día me comentó, que después de utilizarlas en varias ocasiones, incluso pudo cortarle después el bigote a su suegra… sin hacerle sangre, es decir, totalmente garantizadas.

            El público continúa riendo, la apoteosis está a punto de llegar, y hay que procurar cerrar la venta.

            … Pues bien, esta cajetilla contiene diez cuchillas, pero yo no les voy a vender una cajetilla sino tres, es decir treinta cuchillas. Si se las vendiera por diez pesetas sería un precio razonable, pero hoy me siento generoso y no se las voy a vender ni por diez, ni por nueve, ni por ocho, ni por siete, ni por seis… ¿Vd. las compró ayer por seis? ¡Haberse esperado, no te digo¡ Hoy de manera excepcional se las voy a vender por cinco pesetas. Las primeras para el caballero de la última fila que lleva una flor en el ojal, estas otras para este señor que lleva el cigarro en la boca, las siguientes…

            Y así se llegaba a la primera venta masiva de la mañana… o no tan masiva, porque muchos iban, íbamos, sólo a ver y escuchar. Media docena de ventas ya era una buena señal.

            … Madre mía como está el patio. Ya veo que Vds. aplican bien el refrán: Dios es Dios y Mahoma un Profeta, y aquí no hay un dios que se gaste una peseta.

            … De todas maneras tengan en cuenta que yo trabajo porque quiero…  porque quiero comer. En cualquier caso, aunque Vds. no me compren, yo tengo la vida resuelta, porque vivo con mi sobrina, y en el peor de los casos siempre podremos comer chorizo a la sombra. Tengo un chorizo que compré hace seis meses, lo acerco a la pared, lo muevo un poco, y ella con una bombilla le va haciendo la sombra, hasta que consigue que sea más grande. Yo creo que nos puede durar otros seis meses. Y cuando se termine el chorizo, se acabaron los problemas, porque afortunadamente mi sobrina trabaja todas las noches con el aparato. ¡No sean mal pensados, hombre!, que trabaja en la Telefónica.

            Más carcajadas. De repente, fijaba la mirada más allá de la última fila, levantaba un poco el mentón y decía: adiós Antonio, buenos días. Instintivamente volvíamos la vista hacia atrás… y no había nadie. Surrealismo en estado puro.

            … Y es que si somos sinceros, en realidad en Aragón solamente ha habido tres “grandes”: Fermín Murillo, Carlos Lapetra, y Mariano, el Charlatán de la Plaza del Carbón. Y cuando yo me muera, como iré al Cielo, los agricultores me pedirán: ¡San Mariano, San Mariano, que llueva! Y lloverá, ya lo que creo que lloverá… y los melocotones serán tan gordos como los garbanzos. ¡No te digo!

            Lo curioso es que casi siempre representaba la misma obra, pero no por eso te cansabas. Es lo mismo que ocurre con los buenos actores y actrices, si son capaces de llevarla a escena a la perfección. Recuerdo haberle visto todavía a principios de los “setenta” en la Plaza del Carbón, aprovechando los ¿dieciséis minutos? que teníamos en el Banco para almorzar… según establecía el Convenio.

            … ¿Quieren que les haga un truco con la baraja?

            Siempre hacía el mismo. Enseñaba las cartas por la parte superior y eran cartas normales. Las enseñaba por la parte inferior… y todas ellas eran figuras. Las cartas no estaban trucadas, aunque como es lógico, tenía su truco. A mí, que como he comentado al principio llegué a conocer a Mariano personalmente, me enseñó el truco, pero eso ya es otra historia.

            … Me estoy acordando de lo que pasó el año pasado en el Concurso de las Misses. Cada una de ellas tenía que decir una frase en relación con la Zona de España en la que vivían. La de Zaragoza dijo: Como soy de Aragón, os entrego el corazón. Aplausos. Salió la de Baleares y dijo: Como soy de Palma, os entrego el alma. Más aplausos. Y por último salió la de la Rioja y dijo: Como soy de Logroño… ¡calla, calla! No nos lo digas que ya nos lo imaginamos. Como soy de Logroño… os entrego caramelos de café con leche. ¡Vds. se lo creen, pues yo tampoco!

            He dejado para el final, la que para mí era la mejor de las ventas posibles: la medalla de la Virgen.

            … Y Vds. se preguntarán, ¡que cuánto vale, cuánto cuesta! ¡En mis manos, poco dinero! Ahora bien, Vds. pueden encontrar esta misma medalla en cualquier escaparate de la Calle Alfonso o Don Jaime, y comprobarán que su precio es de setenta y cinco o cien pesetas. El comerciante que les vende la medalla por ese precio ¿les está engañando? ¡No señor! Ese comerciante es una persona honrada a carta cabal, que tiene que pagar: impuestos, seguros sociales, arbitrios, Montepíos, Mutualidades, sueldos con sus pluses y  “puntos” y muchas otras gabelas. Por si fuera poco, tiene que exponer el género en un escaparate con mucha profusión de luz. Yo en cambio no pago nada de  eso, y además tengo la fortuna de trabajar con la luz de nuestro astro el Sol. Es por eso, y no por otra razón, por lo que les puedo ofrecer la medalla de la Virgen a un precio más barato. ¡Agárrense! Si yo les vendiera la medalla por cincuenta pesetas, no les quepa duda alguna que estarían haciendo una compra extraordinaria. Pero hoy es un día especial, y que me perdone la Virgen del Pilar por esta barbaridad que voy a hacer. Les he dicho que cincuenta pesetas sería un buen precio. Pues ni por cincuenta, ni cuarenta, ni treinta… j…r si rebajaran así la Contribución. ¡He dicho que ni treinta! Pues ni treinta. La voy a vender por veinticinco pesetas, pero ¡ojo!, que no sólo les vendo la medalla, les vendo también la cadena, por supuesto con su cierre. Como podrán observar, la imagen de la Virgen lleva incrustaciones de cemento armado, y por si fuera poco, todo ello depositado en una cajita, naturalmente envuelta en papel de celofán coloreado. Ténganlo en cuenta, no les vendo sólo la medalla. Se me olvidaba lo más importante. Vds. se estarán preguntando si la medalla es de plata, chapada o bañada en oro, o si realmente es de oro. No les voy a engañar. Es de oro de l8 K.

            Lo cierto es que solía vender bastantes, entendiendo por bastantes no más de tres o cuatro… en cada sesión. Pero toda buena obra de teatro requiere de un buen final. Y lo tenía, ya lo creo.

            … Por cierto, no me vayan a hacer Vds. lo mismo que un señor al que le vendí una medalla hace un mes, y vino la semana pasada y me dijo que le había engañado, porque se había informado en una joyería de alto postín y le habían asegurado que el oro no era de 18 kilates, a lo que yo le contesté que efectivamente. Porque yo le había vendido una medalla no de 18 kilates, sino de 18 K., que como todo el mundo sabe, quiere decir “que el oro se encuentra a 18 kilómetros de la medalla”

            Los que la habían comprado se iban con una risa floja, y que cada cual pensara lo que quisiera. Sin comentarios, o mejor dicho “chapeau”.

            Pues bien, amable lector, así transcurría nuestra vida en aquellos tiempos, y realmente si lo pensamos bien no ha pasado tanto tiempo ¿o sí?

 

JOSÉ CARLOS UTRILLA FERNÁNDEZ
Artículo publicado en la revista "La Sirena de Aragón" del Club Cultural del Banco Santander (Zaragoza)