DE GLOBOS Y LAGARTIJAS

Por: Rafael Gazo Lahoz

 

Quien piense hoy en día que los jóvenes no tienen sitios dónde ir, o que no les queda  otro remedio  que hacer botellón  ya que “no hay lugares de ocio para la juventud”, les diré que nosotros, los que ahora peinamos canas, somos los culpables de que nuestros hijos sean a veces tan sumamente estúpidos que se vean incapaces de divertirse si no es bebiendo alcohol sentados en un banco del parque.

Cuando tienes 20 años, no te das cuenta de lo rápido que han pasado esos años, sin embargo cuando tienes  más de sesenta, sí que te das cuenta de lo rápido que van a pasar los aproximadamente veinte que te quedan (en el mejor de los casos). Los otros cuarenta, “el cogollo de la vida”, es un visto y no visto, ya que entre que te preparas para el mundo laboral (en el caso de un médico 10 años) y luego laboras, tienes hijos (los que somos valientes), te casas y a veces  te divorcias, se te mueren los padres, luchas por labrarte un “porvenir”, te hipotecas etc. No ves la película de tu vida que pasa al galope y cuando te das cuenta oyes que un chaval de 25 te dice desde su coche: “¡Abuelo  a ver si dejas de pisar huevos!” (Porque conduces con prudencia) ¡Terrible!, cuando lo escuchas por primera vez.

En ese “cogollo”, los que nacimos en los cincuenta, hemos cometido infinidad de errores. Salimos de una Dictadura, que en algún caso no la vivimos como tal, ya que no conocíamos otra cosa. Luego en el 76 vinieron los que iban a salvarnos a nosotros y a nuestros descendientes a costa de hacerse ellos  multimillonarios. Nos dijeron, cómo teníamos que pensar, ( igual que  hacían los de antes), cómo se llamaba España (“este país”), nos enseñaron a odiar la bandera, a cómo vestir (desaliñado), nos dijeron  qué podíamos y no debíamos decir; a hablar mal de los curas y de nuestra infancia, a pertenecer a las APAS para que los profesores se sintieran agobiados, a comer longaniza democrática en aglomeraciones festivaleras ( pan y circo), a ignorar la  buena música y el arte en la enseñanza, a ver normal el diálogo con terroristas, a elegir a los jueces para que la justicia siguiera siendo vasalla del poder, a saber cómo va ser una noticia según el periódico que la publica, a ser en definitiva los últimos en todo. (¡Menos en fútbol, tenis y F1 oiga¡).

Esa sociedad tan maravillosa, en la que actualmente domina el “buenismo” hasta en los anuncios de la tele, dónde todo el mundo es feliz y corren como gilipollas para anunciarnos que “Vodafone” o “Movistar” han bajado tal o cual tarifa. Ese “buenismo” que hace que la gente trague y traguemos con cosas que deberían de hacernos salir a la calle  a quitar a todos esos mangantes de su poltronas y poner en ellos a gente honrada y dispuesta a dejarse la piel ( gratis ) por su país. Ese “buenismo” nos hace pensar, porque así nos lo han hecho creer que nuestros hijos tienen el derecho  a tener  todo lo que a nosotros nos faltó. Y ese derecho implica que tienen que aprobar sus estudios sin esfuerzo, que sin esfuerzo tienen o deberían  de encontrar trabajo, que tienen que estudiar lo que ellos quieran aunque sea una carrera inútil, que pueden aterrizar en la Universidad sin saber a veces escribir o sin tener idea de quién era Felipe II, Robespierre, o dónde nació Mozart. En algunos casos les preguntas por nuestra terrible guerra civil y no saben absolutamente nada. No saben geografía, ni música, ni arte, ni historia, no saben hacerse un huevo frito, pero eso sí, tienen infinitos derechos y se sienten alienados y machacados por esta sociedad que NO LES COMPRENDE.  La culpa es totalmente nuestra por consentirlo. Los buenos, los que se han esforzado, los que se han dedicado a formarse de verdad para poder vivir ese cogollo de la vida con dignidad, ahora tienen que coger la maleta e irse a que otros países recojan el fruto de su esfuerzo y de los impuestos que hemos pagado los imbéciles de turno para que se formasen.

Hace años, cuando nuestro padres sólo nos decían una vez lo que había que hacer, y o te espabilabas o te quedabas irremediablemente atrás, nos las arreglábamos solos incluso para entretenernos.

Les voy a contar cómo podíamos pasar una tarde estupenda de verano, sin gastarnos casi ni  una peseta en 1963. En Huesca el verano no es tan tórrido, aunque hace bastante calor, como puede ser el de Zaragoza. En aquellos  años cuando yo tenía 13 años también íbamos casi siempre en pequeños grupos, como ahora, pero no necesitábamos beber alcohol para pasarlo muy, pero que muy bien. Disponíamos  siempre de muy poco dinero, aunque nunca nos sentíamos frustrados por ello, las circunstancias eran esas y las dábamos por buenas. Aquél verano de 1963, con trece años, el grupo de amigos lo formábamos compañeros del colegio  siendo yo el más joven de todos. Dos de ellos eran  verdaderos cerebros tanto para la química como para las matemáticas y tampoco andaban cortos de imaginación.

 El mayor vivía en una casa muy cerca del colegio de San Viator, su padre que era un extraordinario ebanista y también buen pintor y dibujante, tenía un pequeño taller en el sótano. Aquel taller se transformaba las tardes de verano en nuestro laboratorio. Mi amigo combinaba distintas sustancias químicas en sus matraces y tubos de ensayo, hacía correr alocados trocitos de sodio por encima del agua, fabricaba hidrógeno con acido sulfúrico y zinc, manejaba con destreza el mercurio de algún termómetro roto y ¡oye no nos pasaba nada por utilizar semejantes productos peligrosos!  Una tarde nos reunimos en el “laboratorio” y nos explicó su plan. Era la época del proyecto “Géminis” que fue seguido después por el “Apolo” que nos llevó a la luna. Las cápsulas espaciales estaban de moda y todos los días salían en los periódicos y en nuestra querida televisión en blanco y negro. Nosotros deberíamos tener también nuestro pequeño proyecto Géminis y nos pusimos manos a la obra. Nuestro primer intento de “poner en órbita nuestra pequeña cápsula” no salió como habíamos pensado ya que la pólvora que fabricamos con azufre, carbón y salitre de algún patio húmedo, no funcionó debidamente; el cohete que creamos, escasamente subió dos o tres metros antes de quemarse complemente. El fracaso nos hizo pensar y buscamos un medio distinto para subir  al “espacio” a nuestra cápsula.  El sistema iba a ser mucho menos moderno, utilizaríamos un globo para vencer la gravedad. Por supuesto entonces en Huesca nadie vendía globos llenos de helio, así que tendríamos que fabricarlo nosotros. Compramos unos globos bastante grandes de color rojo, ya que se verían  mejor al elevarse.

Los globos los debíamos de llenar no de helio, imposible de obtener en nuestro pequeño laboratorio, sino de hidrógeno que sí sabíamos fabricar. Conseguimos sin mucho esfuerzo ácido sulfúrico y obtuvimos recortes de zinc en alguna ferretería. En una botella de cristal vertimos el ácido (¡y no nos pasó nada!). Tapamos la botella con un corcho agujereado que atravesamos con una pipeta de cristal y vertimos el zinc en el acido. La fórmula, creo que es So4 H2 + Zn  igual a So4 Zn + H2.  Por aquella pipeta de cristal a la que habíamos sujetado la boquilla de nuestro globo se liberaba hidrógeno puro. Ese hidrogeno iba llenando el globo poco a poco (tardaba más o menos una hora).

La fabricación de la cápsula me la dejaron a mí, ya que tenía mucha experiencia con los recortables y el pegamento. Diseñé una  de papel en forma cónica  muy parecida a las géminis y le puse una pequeña puerta y una base trasparente de papel de celofán,  para que la pasajera, (una lagartija que habíamos cazado esa misma tarde), pudiese contemplar el paisaje al elevarse en el cielo de Huesca. Por supuesto que no íbamos a condenar a nuestra querido reptil a una muerte cierta como hicieron los rusos con la perrita LAIKA. Teníamos que darle una oportunidad y lo hicimos adosando un paracaídas de papel a la cápsula. Pero ¿Cómo recuperaríamos nuestra nave espacial?  Entre el globo y el paracaídas, que a su vez sujetaba la cápsula con nuestra lagartija, atamos un pequeño cordón de zapato que tenía la cualidad de quemarse poco a poco como una mecha. Quemamos el cordón y calculamos cuanto tardaba en consumirse cada centímetro del mismo, por lo que sabíamos según la longitud que atáramos a nuestro artilugio espacial cuanto tiempo tardaría en romper, al quemarlo, el hilo que unía la capsula y el paracaídas  con el globo. Sólo había que calcular igualmente la velocidad y dirección del viento y nos haríamos una idea de dónde aterrizaría nuestra pequeña nave con su pasajera.

La tarde era luminosa y casi no hacía viento, así que no tendríamos muchos problemas en seguir a nuestro globo recortado en las alturas. Uno de los chicos tenía unos prismáticos que servirían lo mismo que un GPS moderno. Nos dirigimos con nuestra nave a un descampado para evitar que pudiese enredarse en los cables eléctricos o en algún tejado. Preparamos todo y por fin cortamos el cordón para que se quemase en cinco minutos justos. Nuestros corazones latían con fuerza..., desgraciadamente no teníamos nada para inmortalizar el momento, las fotografías entonces eran producto de lujo. Encendimos el cordón de zapato e inmediatamente soltamos el globo. La silueta redonda y roja de nuestra nave espacial ascendió veloz al cielo azul de nuestra querida ciudad de Huesca. La seguimos entusiasmados aunque se levantó un poco más de viento del esperado y se alejó en un principio más de lo deseable. Con ayuda de los prismáticos  lo pudimos seguir y observamos que pasados los cinco minutos el globo se encontraba cerca de la Ermita de San Jorge, a aproximadamente un par de km de nuestro “Cabo Cañaveral”. La expedición de rescate no fue exitosa y nuestra querida lagartija debió de morir en su cápsula ya que no la pudimos localizar. Pero sepa el lector que repetimos el lanzamiento al día siguiente con otra lagartija  y en esa ocasión sí que la encontramos sana y salva. El éxito de ese segundo lanzamiento lo celebramos como si hubiésemos llegado a la luna.
 
No hacen falta grandes espacios culturales de ocio ni polideportivos carísimos, ni abrevaderos de cerveza con grupos de rock  para que los jóvenes no se frustren y se diviertan. Estimulen su imaginación que seguro que la tienen. Cuando sean mayores sabrán aprovechar  mucho mejor el tiempo y no dejaran pasar las  oportunidades que se les presenten para llenar de sentido ese cogollo de su vida.

 

Rafael Gazo Lahoz